jueves, 22 de noviembre de 2007

EL BOICOT

Antonio Lloréns


 

Si repaso concienzudamente todo lo que como o bebo a lo largo del día me doy cuenta que mi sistema gástrico es una inmensa torre de babel en la que convergen productos de origen muy dispar. Tomo un café de Alicante con leche que es asturiana. El pan para el bocadillo del almuerzo está hecho con harinas de Castilla y León que lo amasa un aprendiz colombiano ante el severo control de un panadero procedente de Puertollano casado con una catalana que emigró de Tarragona hace ya casi treinta años. A la hora de la comida tomo cerveza alemana que importa una compañía con capital holandés que forma parte de un grupo financiero vasco. La carne, prefiero no saber de dónde viene. No sé si son terneras gallegas, pollos de Osuna o cerdo de Extremadura. La fruta me imagino que será de la región de Murcia aunque los kiwis sean de Nueva Zelanda y las manzanas argentinas.

La verdad es que internamente me siento responsable del equilibrio económico de muchas personas y de muchas comunidades. Si nos damos cuenta, nuestra dosis de solidaridad anual sólo se refleja en las postales navideñas que compramos de UNICEF. Si mantenemos memoria histórica observaremos que muy pocos boicots han tenido un resultado positivo. El problema radica en que normalmente el boicot se plantea como último recurso sin tener en cuenta las consecuencias posibles.

Respecto al cava catalán cometemos el error de dejarnos influir por una serie de intereses partidistas que nos pueden hacer caer en un círculo vicioso en el que sólo seríamos marionetas al uso de personas con metas muy distintas a las promulgadas.

La gastronomía es libertad. Es algo propio y muy personal. Nadie tiene que influir en nuestros gustos. Somos inteligentes y no nos creemos todo lo que los comerciantes nos cuentan de sus productos. Hemos adquirido una buena preparación y somos capaces de distinguir un buen producto de uno malo. Ahora probamos los productos antes de decidirnos por uno u otro Ya no nos vale eso de comprar lo que compra todo el mundo. Tenemos criterio y eso nos hace, sin duda, mucho más libres.

Desde mi modesta opinión, me considero libre y me fastidia que gente sin escrúpulos y que se cree más lista que yo me intente coartar mi libertad de elección que es uno de nuestros más privilegiados y preciados bienes.

Creo que antes de dejarnos llevar por consignas irresponsables debemos de analizarlas, pensar en sus oscuros objetivos y desde nuestra libertad, decidir.

Tengamos criterio propio y decidamos en consecuencia. Feliz Navidad y Buen año. Reflexionemos.

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