lunes, 11 de junio de 2007

Cerrado por fin de temporada

Con la llegada de los primeros días de septiembre y los anuncios de la "vuelta al cole", parece que todos regresemos a la rutina diaria con la sensación de haber abandonado el mundo durante unos días eternamente cortos.
Para la hostelería y la restauración llega también el fin de la que muchos llamamos: la "temporada". Año tras año podemos comprobar que la época estival en las zonas de playa o en las zonas donde la temporada de más actividad llega durante los periodos vacacionales, es más corta y menos intensa. No hace muchos años el periodo de verano duraba en la cercana Playa de San Juan, o en cualquier zona costera de nuestro extenso litoral, desde el final del colegio o de las Hogueras, hasta la vuelta al colegio o la segunda quincena de septiembre. Los hábitos han ido cambiando poco a poco y paulatinamente se han ido convirtiendo las vacaciones estivales en un número menor de días de disfrute. Para los negocios de hostelería costeros ha supuesto también un cambio radical en los planteamientos de su trabajo de temporada. El número de días de trabajo se han reducido considerablemente, de los sesenta o setenta días de trabajo intenso se ha pasado a unos cuarenta o cuarenta y cinco días, cambiando también el hábito de salir a cenar o a comer todos los días y centrando el grueso fuerte de trabajo sólo los fines de semana.

La realidad de la hostelería de temporada o de los negocios que tienen su mayor actividad en determinadas épocas del año, merece una reflexión seria y concisa. Muchos de estos negocios no logran sobrevivir al duro invierno y no son capaces de adecuar su oferta a las nuevas situaciones lo que provoca cierres de establecimientos y por consiguiente, perdida de la oferta hostelera, gastronómica y turística. Las empresas que sobreviven son las que son capaces de adaptarse a las nuevas situaciones. Tarea difícil pero no imposible.

Se busca desde las altas esferas turísticas que el turismo sea un motor que gire todo el año a las mismas revoluciones, algo que es difícil porque el camino no es llano sino que es una sucesión de subidas y bajadas que tenemos que ir suavizando.

Los factores que han influido sobre el acortamiento de la temporada estival, merecen más bien un análisis sociológico que turístico. La economía o, mejor dicho, la reducción de la economía particular, también es un factor que ha marcado esta reducción. También los famosos puntos, la reducción del nivel adquisitivo familiar, el famoso cambio al euro o la gran diversificación de la oferta de ocio.

Hace pocos días, en estas mismas páginas, Jorge Fauró en un completo artículo nos informaba de la reducción en cinco años de un 28% el gasto medio del turista o del cliente de nuestra costa o interior. Para un negocio de hostelería, la perdida de un 6% anual supone un porcentaje considerable.

La hostelería no es exacta por lo que las previsiones de personal, de género o de planificación horaria son muy difíciles de calcular aunque de año en año se ha demostrado que el camino es de cuesta abajo por lo que los negocios que sean capaces de adaptarse a las nuevas situaciones lograran sobrevivir y esperar tiempos mejores. Paciencia y buen trabajo. (Ya hay restaurantes que ofrecen menús de día por la noche). Reflexionemos.



Anar de mona


ANAR DE MONA


 
La gastronomía y todo lo que la rodea son en estas fechas vacacionales unos motivos de alegría. Durante nuestros ratos de ocio buscamos el refugio que da una buena mesa y una agradable compañía.
La provincia de Alicante y prácticamente toda la Comunidad Valenciana mantiene unas costumbres muy arraigadas en lo que al comer se refiere. Si nos damos cuenta, a lo largo de nuestro recorrido vital gastronómico, hemos ido asimilando y haciendo propias una serie de tradiciones culinarias. Comemos "caldo con pelotas" en Navidad, "olleta" en los moros, "coca y brevas" en Hogueras, etc.… y, cómo no, en Pascua, las "monas".
La "mona", el "pan quemado" 0 la "toña", es uno de nuestro referentes en estas fiestas de Semana Santa. Su aportación gastronómica queda en un segundo plano frente a su parte lúdica. La gastronomía y lo lúdico, lo divertido o lo social siempre han viajado unidos de la mano. Es difícil entender fiesta sin comida o banquete sin alegría.
En los días de Pascua se está retomando cada vez más la sana costumbre de la reunión, nos juntamos y unimos para disfrutar de comidas o meriendas campestres en las que solemos buscar el refugio del campo para la reunión informal en la que la comida se convierte en el hilo conductor del divertimento.
La "mona", una receta sencilla, harina, aceite, azúcar, huevos y leche, son los ingredientes para preparar este rico dulce de Pascua. Con el tiempo se ha modernizado pero su esencia sigue intacta. Es típico incrustar un huevo duro en el centro que luego será utilizado contra la cabeza de nuestros sufridos amigos en un acto de divertimento y alegría.
La tradición marca que sean, durante estos días de la Semana Santa, cuando las pandillas o grupos de amigos salgan a merendar al campo. Se buscan lugares apartados en los que poder desarrollar los juegos, las danzas y la comida. Es muy típico jugar al fútbol, a la petanca, al "churro media manga", a la cuerda en donde las pandillas demuestran su fuerza o su rivalidad o las más que reñidas partidas de cartas, al chinchón, a al brisca o al singular julepe. Se puede cantar o bailar y, sobre todo, disfrutar de una apetecible merienda en el campo respirando el aire de la libertad que nos trae la naturaleza cercana.
Hoy menos, pero hace no demasiados años, las meriendas de Pascua o el "anar de mona", era un acontecimiento muy esperado. Solía ser un vivero de nacimiento de noviazgos y siguiendo las, un poco machistas tradiciones, la chica llevaba la merienda al chico que le robaba los sueños y si la chica volvía a casa con la merienda sería mala señal. Tradiciones, ni buenas ni malas, solo tradiciones.
También en estas fiestas, se busca la "caseta", el chalet o la casita de campo de nuestros amigos o familiares para hacer una divertida y sabrosa barbacoa con los embutidos de la montaña, las carnes del mercado o la exquisita "longaniza de Pascua", con ese sabor seco y de pueblo. También nos aventuramos a cocinar paellas o arroces hechos con leña o sarmientos y el gusto de la leña, nos descubre el sabor tradicional de los guisos de siempre.
La Semana Santa es, sin duda, un banquete continuado en el que debemos disfrutar y de saborear cada momento. Buen apetito y que disfruten cuando vayan de "mona".

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