jueves, 2 de julio de 2009

AQUEL VERANO

Han pasado cerca de treinta años y todavía recuerdo el dulzor de sus labios, la suavidad de sus caricias, la franca y jovial fuerza de sus preciosos ojos azules, la fragilidad de su joven cuerpo y la grandiosidad de su alma y de su corazón. Jamás he podido olvidarla y en las noches en las que el alma pesa más de lo normal, su ausencia se convertía en presencia y reconfortaba mi triste existir.

Hoy la veré de nuevo y la impaciencia de la espera me corroe y me araña el sentimiento de mis dudas.

Su rubio pelo al viento ondeaba y bailaba al son de su lento caminar al entrar a la recepción del precioso hotel en el que mis padres habían decidido pasar el verano e intentar quererse de nuevo. Tonterías de la vida, cuando mis padres intentaban encontrar el amor de nuevo, yo despertaba a los juegos de las pasiones y al cosquilleo de la levedad del querer.

Era la chica más hermosa que jamás hubiera visto, teníamos solo dieciséis años, era el verano del setenta y nueve y todos despertábamos en un nuevo y mejor país. Sus primeras palabras aun siguen presentes:" me llamo Rocío y también estoy sola". Cómo podía notarse tanto mi tristeza y soledad, cómo ella descubrió y curó las heridas de un hijo desamparado a la espera de la fatal decisión de unos padres que quieren emprender caminos en solitario. "No te preocupes, la soledad es la mejor aliada de los fuertes". Sus palabras y su profunda mirada llenaron de golpe los duros huecos de cariño que me destrozaban el corazón.

Hoy será diferente, ya no soy el frágil muchacho de entonces. He vivido y aprendido, pero no sé cómo será ella ahora, no sabré qué decirle, qué contarle o qué callarme, no sé si podré mirarla a los ojos y no derrumbarme por su hermosura, no sé…

La buscaba a diario por la piscina, por la playa, por las pistas de deporte, por las terrazas colgadas al mar en las que imaginaba besos interminables, delicadas caricias y alegres carcajadas. Nos buscábamos y nos encontrábamos apenas sin hablar, ella corría hacía mí, me cogía de la mano y me sonreía delicadamente y yo sólo podía dejarme llevar, sólo quería estar a su lado, oler su dulce fragancia de juventud y perderme en su enorme presencia. Recorríamos las playas al atardecer, mojábamos nuestras penas en las saladas aguas que nos cubría y nos protegían de lo que no queríamos vivir. Hicimos nuestro pequeño mundo con la frescura y la inocencia que da la juventud.

Hoy, la terraza colgada sobre el mar sigue evocando mil y un recuerdos. La luna llena fue la testigo y la luz de nuestro primer beso y hoy sigue presente en mi espera.

Su dulce olor me despertó de mis anhelos, llegó pausadamente igual de hermosa que entonces, me miró y en su cara dibujó una sonrisa llena de tranquilidad, nostalgia y pena. "Tú no preguntes, no vale la pena" y me cogió delicadamente de la mano y paseamos por los rincones del pasado en silencio sólo roto por una pregunta: "¿tus padres volvieron a quererse?". "Aún se quieren". "Pues ahora nos toca a nosotros volver amarnos como hace treinta años…"

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