Estos últimos días el mundo de la gastronomía nacional en
general y el provincial en particular, anda un poquillo revuelto con la
inminente presentación de la nueva edición de la Guía Michelín y su esperada
lluvia de estrellas. La noche del próximo jueves, el Hotel Ritz de la capital
madrileña se volverá a convertir en un hervidero, nunca mejor dicho, de
emociones, elucubraciones, pronósticos, y a la postre, también de alegrías y
frustraciones, llegan las estrellas.
Después de varias
ediciones -en especial la del pasado año en el que se concedieron nuevas
estrellas pero también desaparecieron otras- en las que la famosa guía roja
francesa ha demostrado un especial olvido a la gran cocina española y a sus
restauradores, los vaticinios para la presente edición auguran una guía
generosa y justa. Al margen de las valoraciones que siempre se realizan a
posterior de su publicación, no hay que obviar que para muchos de nuestros
visitantes de fuera de nuestras fronteras, la Guía Michelín sigue siendo un
referente en lo que respecta a la información gastronómica. Nos guste más o
menos, la guía francesa es un termómetro de la gastronomía mundial y a pesar de
estar siempre envuelta en amores y desamores, estar en ella y poder disfrutar
de sus galardones en forma de estrella, es para los restaurantes y para los
cocineros, un reconocimiento esperado y deseado aunque algunos lo nieguen o no
lo reconozcan, seguramente porque no están o no reciben el premio esperado.
Tener o tener una estrella Michelín
puede cambiar totalmente un restaurante. Lo puede cambiar a mejor o incluso a
veces, a peor.
La responsabilidad
de los poseedores de la preciada presea, les obliga a cambiar hábitos y a un
mayor esfuerzo en el mantenimiento del nivel por el que han recibido el premio.
Sin duda, una labor ardua y que produce un sobreesfuerzo en forma de seguir
creciendo, de renovar constantemente y actualizar la oferta gastronómica, o
incluso, entrar en el circuito de los viajes y presencias en los grandes
eventos gastronómicos de España y el mundo. Algún gran profesional exitoso en
su restaurante de fuera nuestra provincia y con una oferta gastronómica de
primer nivel, me ha comentado con la boca pequeña que si le diesen una
estrella, le convertirían en un esclavo de su trabajo y realmente, no tiene muy
claro si vale la pena.
En nuestra
provincia la próxima aparición de la Guía Michelín se vive desde la
tranquilidad. El gran momento de la cocina alicantina es el mejor argumento
para la esperanza y son varios los nombres de restauradores alicantinos que
suenan con fuerza. La tercera estrella de Quique Dacosta es una de nuestras
grandes esperanzas y nos convertiría en una de las escasas provincias
triestrelladas. Meritos, le sobran. Y la concedan o no, la importancia de
Quique Dacosta en nuestra cocina provincial es todo un ejemplo para todos. Este
año vuelven a sonar con fuerza María José Sanromán del Monastrell, Mari Carmen
Vélez de La Sirena, y Dani Frías de La
Ereta, aunque puede haber alguna agradable sorpresa en nuestros ya estrellados
cocineros.
El trabajo ya
está hecho, y bien hecho. Ahora a esperar el justo premio. Reflexionemos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
ayúdame con tus comentarios