El viajero está feliz, hoy la palidez y la dura claridad del
folio en blanco se han convertido en belleza de colores ocres de otoño, de
verdes, de amarillos intensos y de alegres dorados con los recuerdos de
aceites, montañas, pueblos y, sobre todo, de colores de hospitalidad de las
buenas gentes de las tierras de Castellón y de la riqueza de sus preciados y
reconocidos aceites.
El viajero no viaja solo, el camino, la lluvia generosa de
los campos, el paisaje envolvente y majestuoso de las sierras o las montañas y
la compañía de buenos y felices compañeros de aventuras ávidos como él de
conocer y vivir la experiencia reveladora del conocimiento de unas tierras y
unas gentes, las de Castellón y sus comarcas del Alto Palancia y la Sierra del
Espadán, han hecho del viaje aventura y de la aventura, toda una experiencia. Esta
vez el viajero ha cargado su pequeña mochila de curiosidad, de ilusión y de
avidez por conocer. Esta vez, más que nunca, el viajero se pregunta el porqué
viaja tan lejos teniendo tanto y tanto tan cerca.
El camino ha sido sencillo y rápido, en menos de dos horas
ha abandonado el mar y se ha adentrado hacia el interior majestuoso de las
tierras de Castellón. Viajando despacio para que el paisaje se filtre por sus
poros y, poco a poco, el viajero vaya absorbiendo el carácter de unas tierras
que le prometen felicidad, paz y sosiego. Su primera parada y su lugar de hospedaje
es Segorbe. Tremenda urbe cargada de historia, de pequeños lugares llenos de
encanto, de belleza y de tradición. Jardines, paseos y calles desbordantes de
alegría de unas gentes que acogen al viajero con la amabilidad y la
hospitalidad que solo el buen carácter consigue, Y sí, para el viajero las
gentes lo son todo y aquí en Castellón ha descubierto mil y una personas llenas
de bondad, de pasión por lo propio, de nobleza, de ilusión por mostrarse y
llenas de lo que más le gusta al viajero, de amistad fiel. Bravo.
El viajero ha visto mil museos pero el Museo del Aceite de
Segorbe le trasmite aromas de tierras, de sierras, de campos sufridos al sol y
al frio del invierno, de gentes laboriosas y de la recompensa de su merecido premio
en forma de un oro líquido por el que viven y perviven, su gran aceite. El
aceite es mucho más que un simple condimento o un aliño para un plato. El viajero
ha comprendido que el aceite, el de Castellón, es el vivo reflejo del trabajo
de una comarca. Es el hilo conductor de miles de vidas. Es el despertar de cada
mañana y la mirada temerosa a las nubes, a las lluvias y a los soles en busca
del clima que le confiera sus aromas y
sus sabores. Y de esto en la comarca de la Sierra del Espadán saben mucho. Aquí
sus aceites no transitan por el vil mercantilismo de las grandes producciones.
Aquí el aceite es la vida y como tal, lo entienden sus productores. Y encima
con algo que emociona al viajero, quien lo cultiva, lo elabora, lo embotella y
lo vende. Más amor, imposible.
Pero el viajero está cargado de sensaciones y emociones y
necesita un merecido reposo para interiorizar de una manera pausada lo vivido.
Necesita el respiro de la tranquilad y la paz y qué mejor sitio que el Hotel
Martín el Humano en Segorbe. Además el viajero se relaja y disfruta de un
emocionante y sabroso menú a base de platos con el aceite de protagonista. Y
sí, dice, el viajero, el aceite protagonista
y no sólo como un ingrediente más. El bueno de Javier simón, al frente
de los fogones y de todo, cocina con la pasión que solo consigue el amor a lo
cercano. Cocina con el compromiso que solo consigue con el compromiso de lo
propio. De sus manos salieron para deleite del viajero platos tan llenos de
vida como el Pomodoro del Alto Palancia,
la Gamba roja con mayonesa de coral, la
yema curada, habitas, panceta en aceite y caldo de jamón o la presa ibérica ahumada,
aceituna y aceite etéreo, para terminar con un soberbio pan aceite y chocolate.
Ahora el viajero duerme y sueña con aromas y sabores que le
devuelven a la esperanza. Está feliz y se le nota. Todavía le esperan muchas
emociones y se alegra.
Su mañana ha empezado con una gran compañera y amiga, la
lluvia. Al viajero le encanta, sabe que es la alegría de los campos y recuerda
las frases de las buenas gentes del campo que al otear el cielo sonríen. Hoy la lluvia va por vosotros. Y especialmente
por las buenas gentes de la Cooperativa de Viver que acogen al viajero con una hospitalidad
convertida en amistad. El viajero se emociona y solo puede hacer que escuchar y
aprender. Le enseñan pasión y compromiso, saber y sabor, trabajo e ilusión. Casi
nada. Ahora el viajero entiende tantas cosas. Si el aceite del Alto Palancia es
tan especial, la culpa es de sus gentes. Y se alegra de haber venido. En el
restaurante Thalassa de Viver descubre la pausada creatividad de un cocinero, Vicente
Bueno, su nombre lo dice todo, todo. Pero además de las tierras, los aceites o
los olivos al viajero le deparan grandes sorpresas en forma de sabores en una
delicada cena en la Masía Durbá, un paraíso del sabor y el reposo. O una gran
comida en La Farola en Altura donde conoce que el amor por la cocina une el
amor entre las personas y se le eriza la piel al conocer la bonita historia de
amor de María y José Vicente a quienes sus pasiones comunes les unieron en una
pasión propia, su amor.
Pero en su ruta aún le queda mucho por descubrir. Jérica se
le abre al corazón del viajero con su belleza y señorío. Navajas le adentra en
la majestuosidad de sus casas señoriales y de sus plazas y calles. Y en Navajas
su viaje se convierte en arte y conoce al gran escultor Manuel Rodriguez
conociendo y enamorándose de su obra.
Y en cada receso de su viaje al viajero le agasajan con los
productos locales de la mano directa de quienes los elaboran. Y el viajero
sigue emocionándose porque conoce que detrás de cada uno de ellos - las mermeladas,
los dulces, los aceites, las ollas, los quesos…- hay una historia de vida e
ilusión. Gentes y aceites, genial simbiosis.
Ya en su vuelta el viajero reflexiona y recapacita. Ya sabe
que su corazón ahora es de Castellón, que su alma ha sido conquistada por las
buenas gentes de la comarca, que su espíritu es más vivaz y alegre, y que su
memoria gustativa añorará, al menos por poco tiempo, los aceites de una tierra
que es oro y de unas gentes que son aceite. Bravo, de nuevo.
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