El calor, el sol, la luna, la alegría que reina por doquier,
el reencuentro con los familiares y amigos olvidados durante el invierno, la
siesta, y sobre todo, la libertad que nos da el tiempo libre, provocan que nuestros sentidos se abran de
par en par y despierten de su letargo invernal para disfrutar de los aromas y
de los sabores de la mejor gastronomía estival.
Ver, oler, tocar,
oir y degustar forman parte de nuestro quehacer diario en los meses de verano.
El tiempo camina con el paso lento que la tranquilidad de las vaciones es capaz
de hacernos sentir.
Mirar una fruta o
culaquier alimento antes de comprarla, recorrer despacio con la vista en alerta
los puestos de los mercadillos o los mercados municipales y elegir el producto
deseado, el melocotón con la piel más suave, la sandía de color intenso, el
pescado con la frescura de sus ojos vivos, o simplemente deleitarnos con los
colores y las tonalidades de cualquier escaparate de productos, es un lujo que
el verano nos aporta y nos permite.
Oler y percibir los aromas de las frutas;
respirar el olor a tierra de un buen tomate, verdura u hortaliza; sentir el
dulce olor de la repostería casera o de un buen vino dulce, tinto, blanco o
rosado, son unos de los mejores placeres
con los que reconfortar a nuestros sentidos en forma de agradables sensaciones
que nos trasmitirán el alivio de la tranquilidad y de la paz.
La temporada
estival se convierte en toda una fiesta gastronómica gracias a varios factores:
la inmensa y variada cantidad de productos de temporada que alcanzan su máximo
esplendor; el despertar de los sentidos
al disfrtutar de espacios diferentes a los habitualers como el mar, la montaña,
el campo, o los pueblos de interior; los compromisos en formas de comidas y
cenas con familiares, amigos o compañeros de trabajo en reuniones sociales con
la gastronomía y la buena mesa como excusas perfectas; la presencia de los
pequeños de la casa en sus vacaciones escolares que nos obligan a tener que
cocinar más asiduamente que de costumbre; y sobre todo, el tiempo libre, la
liberación de los horarios y el poder disponer de más tiempo para la compra
previa, para la organización y previsión de las comidas, para disfrutar de la
relajación de cocinar y poder compartir los pinitos culinarios de una manera
más amena y desenfadada. Todos estos factores convierten a la gastronomía como
una parte fundamental en nuestro cada día veraniego y en todo un lujo para
nuestro estómago y nuestro ávido apetito.
La dieta mediterránea es la base de la gastronomía de la
provincia de Alicante. Su propio nombre, mediterránea, sin quererlo nos
traslada al tiempo estival, al mar y a sus productos, a los campos, a las
montañas, y al placer de la buena mesa.
Pescados o
mariscos de nuestro cercano mar Mediterráneo como la delicada gamba roja de
Denia, los calamares de potera pescados con la luna como fiel testigo de su
pesca, los pargos o las doradas junto a las lubinas salvajes, cobran durante
estos días un gran protagonismo al poder acercarnos a su subasta, en El Campello
o Villajoyoso, o en los puestos vespertinos de las lonjas o las pescaderías de
todo nuestro litoral.
Durante estos
meses estivales las calles también se llenan de mercadillos tradicionales en
los que poder comprar los mejores productos de los campos cercanos o disfrutar
de las variedades de determinadas zonas como por ejemplo las cerezas de las
montañas de Alicante en los mercadillos de los valles de Guadaslest, las
frescas verduras de los mercados de la Vega baja, los Nísperos en el primeros
días del verano en Callosa de Ensarriá,
o los delicados tomates de sabor y textura inmejorable durante el mes de
agosto en cualquier mercadillo de nuestra provincia.
La gastronomía es,
sin duda, una de las mayores protagonsitas del verano. Desayunar pausadamente,
almorzar a media mañana en una buena terraza con la tranquila lectura del
periódico, compartir un rico aperitivo con los amigos, sentarse tranquilamente
a disfrutar de una reconfortante comida al mediodía, saborear una agradable
merienda a base de horchata y fartons, y
prepararse para un frugal cena en forma de aperitivos a compartir en el centro
de la mesa... es nuestro tarabajo gastronómico del día a día estival. Un
trabajo que asimilamos la mar de bien y que nos permite convertir la
alimentación en gastronomía, y la gastronomía en placer.
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